La sirena de fábrica desde la ciudad Jardín. (grabación de Sagunt_territori acustic)
Reproducir vídeo

"Para la gente que vivíamos en el Puerto era algo cotidiano, estábamos acostumbrados a la sirena y no nos molestaba para nada. Nos servía de referencia: la hora de levantarse, la hora de salir del instituto, etc."

Reproducir vídeo

"Con el tema de la memoria del Puerto de Sagunto me he sentido un poco abandonada. De jovencilla veía el muro de la ciudad jardín y me preguntaba qué habría ahí dentro..."

El pito de las diez menos cuarto por Manuel Hernández (100 años de historia a través de la música)

El canto que modeló el cuerpo de la sociedad industrial

Pedro Montesinos, 2023

No puedo recordar el día que escuché por primera vez la sirena de “La Fábrica” porque es posible que en el proceso de constitución de mi sistema auditivo, hacia la semana 12 o 16 del embarazo, la vibración que dispersaba por el aire aquel sonido, además de al oído de mi madre, llegara a transmitirse, a través sus huesos, tejidos, oquedades y fluidos fisiológicos, incluida la placenta con su líquido amniótico, hasta mi sistema auditivo en desarrollo. Pero tampoco se puede descartar que ya en ese momento, la memoria de mi cuerpo y de mis tímpanos, mi cóclea y mis conexiones neuronales en plena expansión, empezasen a establecer un incipiente vínculo con aquella perturbación aérea. También es posible que en esa relación influyeran, aunque de manera indirecta, las reacciones psicológicas, físicas y fisiológicas de mi madre, quien, como del resto de personas     – madres embarazadas o no-, respondía al toque de la sirena preparándose, de una u otra manera, para cualquier cosa que fuese: comer, cenar, ir a algún sitio o volver a casa; ante la inminente salida del trabajo.

Al rebuscar en mi memoria que podríamos decir cerebral, la del recuerdo articulado y consciente, puedo ver a un niño cogido a los barrotes de la barandilla de una pequeña terraza en un tercer piso de la calle Palancia esperando a que el siguiente sea el coche de su padre que aparca frente al portal y, pocos minutos después, abre la puerta de la casa. Pero a esas alturas llevaría 5 o 6 años escuchando, consciente o no, todos los días varias veces, el cambio de turno.

Esa diferencia entre la exposición, la conciencia y la memoria, me lleva a pensar que és más fácil entender que no existió esa primera vez, como no existió para ninguna de las personas que pasaron su gestación y sus primeros años de vida en aquel enclave industrial en el que una señal acústica marcó el ritmo de la actividad laboral, pero también social y de los sentidos, de quienes vivimos, más o menos tiempo en su ámbito de influencia.   

Tampoco puedo recordar, porque no escuché, su último alarido consecuencia de la Reconversión Industrial promovida por el primer gobierno socialista de la democracia. Hacía varios años que vivía en una población suficientemente alejada de aquellas persistentes llamadas al trabajo como para no poder notar su ausencia. Quienes vivieron de manera consciente aquel momento seguro que lo recuerdan y evocan con amargura, las movilizaciones y las luchas, las opiniones y las decisiones que desembocaron en aquel silencio.

Y, sin embargo, a pesar de que con 9 años dejé de percibir de manera cotidiana ese sonido que irrumpía en cualquier lugar, siempre a las mismas horas; su huella sigue asentada en mi cuerpo, en mi memoria y en mi vida como el rumor del oleaje mediterráneo, el estallido del trueno durante una tormenta o el canto de gorriones, mirlos y estorninos. Como las explosiones de los petardos, el rugido de los motores o las canciones infantiles de “la tele”. Como las voces de mi familia y mis amigos.

Cuando, cuatro décadas después de la señal que indicó el final del último de los turnos, tras casi siete décadas de actividad, resueno con aquel glissando ascendente, que se estabilizaba durante un tiempo antes del descenso que resolvía su presencia, y pienso en la importancia que fue adquiriendo aquel sonido en los huesos, tejidos, oquedades y fluidos fisiológicos de los trabajadores que iniciaban o finalizaban su jornada. Pero también en los cuerpos de las personas que, a lo largo de los años, acompasaban sus ritmos vitales y sociales, a los dictados de una actividad laboral que dibujaba una nueva manera de vivir y de relacionarse entre las personas.

En la España de inicios del siglo XX la posibilidad de obtener un salario regular por un trabajo duro, en ocasiones arriesgado, y “a turnos” pero estable y continuado en el tiempo, ofrecía un horizonte atractivo y apetecible. Un canto de sirena homérico que prometía un futuro mejor al precio de entregar la vida -en ocasiones de forma literal- a “La Fábrica”.

El glissando ascendente y descendente de la sirena desplazaba a los golpes resonantes y reverberados de la campana. La climatología dejaba de ser un imperativo categórico que marcaba los ritmos de las labores agrícolas y los cuidados de los animales para convertirse en una circunstancia que sobrellevar.

Gentes de diferentes orígenes escucharon desde la distancia el canto de sirenas de la industria saguntina y se fueron instalando en las inmediaciones de las instalaciones siderúrgicas a las que entregaban sus vidas. La moderna y potente actividad industrial también prometía, además de una remuneración segura, la posibilidad de adquirir experiencia y conocimientos para el desarrollo de las nuevas profesiones que se requerían. Y así, caldereros, soldadores o torneros fresadores fueron necesarios, como peritos e ingenieros, economistas o contables, para el buen funcionamiento de los diferentes procesos que se llevaban a cabo con el fin de alcanzar las rentabilidades esperadas por los inversores.

Entre quienes un día se dejaron seducir por los cantos de las sirenas, mitológicas o utilitaristas, también se fueron organizando para defender los intereses de unos trabajadores que ansiaban alcanzar niveles de dignidad y libertad que no se les reconocía. Un cuerpo de nuevos cuerpos fue erigiéndose a un lado y otro de los muros de “La fábrica” y con él una transformación radical se fue abriendo paso frente a las resistencias, desplegando a su paso una forma diferente de vivir, de relacionarse entre personas y con el medio, un cuerpo colectivo con las marcas de una cultura social y política propias de la sociedad industrial.

Hoy en día, unos pocos edificios y bienes materiales y documentales, no siempre tratados con las atenciones y los cuidados más apropiados, se esfuerzan en recordarnos la transformación que se vivió en este territorio bañado por el mediterráneo en el periodo que va desde 1917, cuando se inició el trabajo continuado que dio origen a la señal de los cambios de turno, hasta 1984, cuando se produjo el último canto de la sirena de “La Fábrica”. En el más preciado y significativo de todos ellos: el Alto Horno número 2; está instalada la última de las sirenas que se utilizó para señalar los cambios de turnos de los trabajadores y los ritmos cotidianos de sus familias: de todo el cuerpo social.

Se ha instalado un mecanismo eléctrico con un interruptor que permite activarla y propagar su voz por todo el radio de acción que le permite su potencia. Y se hace sonar para ilustrar las visitas guiadas que organiza la Fundación de Patrimonio Industrial y la Memoria Obrera del Puerto de Sagunto, como una llamada ahora a la memoria de una sociedad que permaneció vinculada, ligada, unida y cohesionada por aquella sirena que ululaba al cielo su voz. Una voz que, por la propia naturaleza del sonido y su propagación mecánica por el aire, permitía, y hoy permite, hacer llegar, a la vez, a cada persona, a cada casa, a todas las personas y a todas las casas; el mismo mensaje constituyéndose como lo que era y es: una percepción al mismo tiempo individual y colectiva que impulsa al unísono la memoria de las transformaciones personales, sociales y políticas que se produjeron a lo largo de buena parte del siglo pasado.

Así, ese bien que es la percepción personal y colectiva de un sonido que marcó el ritmo del trabajo y de la actividad social puede seguir uniendo, vinculando, cohesionando un cuerpo social consciente y orgulloso de un pasado industrial que alumbró la dignidad y la libertad de las personas trabajadoras y marcó la evolución de la sociedad saguntina, valenciana, española y europea. Ese bien inmaterial e intangible que se percibe con el cuerpo individual y colectivo, puede simbolizar y preservar como ningún otro el impacto que la actividad industrial que se desarrolló en el Puerto de Sagunto tuvo en quienes trabajaron y dieron sus vidas por la siderúrgica saguntina, pero también para quienes nunca franqueamos los muros de “La Fábrica”.